sábado, 27 de diciembre de 2014

Segovia: el sueño de una noche de invierno


Sin duda, como decía Borges, la lluvia siempre ocurre en el pasado. Hace un año, en Segovia el diablo lloraba desconsoladamente por encima de ese acueducto que, según las viejas historias, esas que ya no fascinan a los niños como una buena consola, había hecho en el transcurso de una noche de verdadera magia potagia. La luna, dicen los gitanos que celosa de que las nubes la quitaran protagonismo, había descendido por el tobogán del infinito aposentando su corona de luz en ese mismo lugar donde antaño los druidas le cantaban al roble danzando al son de los tambores. San Frutos, guarecido de la lluvia en su masónica ornacina, seguía pasando las hojas del Libro de la Vida con melancólica parsimonia, quizás pensando con tristeza que cuando llegara a la última, ese mundo loco que aparcaba sus penas en Navidad, llegaría a su fin. De la cercana Casa Cándido, fluían aromas a cochifrito y el sonido de una docena de platos desintegrándose en miríadas de cometas sobre la diana de un suelo que permanecía impertérrito desde los tiempos en que el cartero viajaba en burro, como se dice que hizo el Mesías cuando entró en Jerusalén. Bosques de encina se convertían en supernovas en los hogares y por las chimeneas escapaban fantasmas que a veces, según soplara el viento, se mantenían flotando, como hojas de papel, por encima de la copa del gigantesco árbol de Navidad de la plaza. Allá, en la caja de resonancia de la iglesia de San Lorenzo, una coral de la tierra interpretaba el Himno a la Alegría de Beethoven. En el cercano monasterio de El Parral, los monjes ofrecían sus oraciones al Niño-Dios y aún más allá, extramuros y perdida en el camino a Zamarramala, la iglesia de la Vera Cruz se miraba apesadumbrada y silenciosa, pero siempre mágica, en las luces del Alcázar. Un año más, es Navidad. El cantor de jazz aparca por un instante el saxofón y los angelillos mean paz sobre los corazones de los hombres de buena voluntad. Un año más, las campanas del Salvador repican con ilusión, llamando a las comadres a la Misa del Gallo. Un año más, vuelve a ser NAVIDAD.


jueves, 18 de diciembre de 2014

Sepúlveda: iglesia de San Salvador


'Caminante catador
del hechizo de esta villa:
sube y llega con fervor
hasta el altar de Castilla,
donde en románico brilla
la joya del Salvador...'.


No exagera en modo alguno, ésta conocida coplilla que, situada en una de las casas del casco antiguo, al pie, precisamente, de esos empinados escalones de piedra que como si de un vía crucis se tratara, conducen al visitante a la parte más alta de la ciudad, y por defecto, a uno de los templos más significativos e importantes de la misma: el Salvador. El Salvador, dicho sea sin ánimo alguno de lisonjas gratuitas, es, no cabe duda, uno de los templos más importantes del románico segoviano –si por tal, podemos entender la individualidad de un Arte dotado, a mi juicio, de un carácter universal-, e incluso, como opinan algunos autores –entre ellos, David de la Garma Ramírez (1)-, del románico peninsular. Su longeva historia, su mediática idiosincrasia, su perfección y su belleza, entre otros merecidos calificativos, así lo confirman.

Ligado a los terribles embites de una épica Reconquista, que ya comenzaba a adquirir los caracteres de toda una aventura nacional, se supone que hacia el siglo XI, y más concretamente hacia el año 1093, comenzaron unas obras que habrían de dar como consecuencia de las acciones repobladoras del rey Alfonso VI, uno de los templos más atractivos –como ya se ha dicho- de esa España en recomposición. También se supone, que el anónimo maestro de obras que intervino, al menos en los primeros tramos de la obra, contaba ya con cierta experiencia en este nuevo estilo. Un estilo, que comenzó a introducirse en la España cristiana a través de esa fantástica vía de comunicación, desarrollada a raíz del descubrimiento de los supuestos restos del Apóstol Santiago en el bosque de Llibredón, en una Compostela sobre cuya etimología, aun hoy día los historiadores no terminan de ponerse de acuerdo: ¿campo de estrellas o campo de estelas?.

Metafóricamente hablando, algo hay, no obstante, de estelar en un templo cuyos enigmas no son pocos -incluidas las interesantes marcas de cantería-, hasta el punto de que existen incluso divergencias referidas a su galería porticada, que algunos estiman de las primeras de Castilla y comparan con las de los arcanos templos de San Esteban de Gormaz, y otros, piensan que fueron bastante posteriores. Sea como sea, en realidad, lo que sí parece más que probable, es que, por ciertas semejanzas asociativas, el taller o los talleres que levantaron San Salvador, intervinieron, así mismo, en otros templos relevantes de la comunidad sepulvedana, siendo uno de los más atractivos y relevantes, el de Nª Sª de la Asunción, situado en la vecina población de Duratón, que hoy día apenas ofrece una idea, siquiera aproximada, de la enorme importancia que el lugar tuvo en el pasado.

De su contenido plástico y simbólico, dan fe y testimonio las inconmensurables series de magníficos canecillos, además de la gráfica, aunque en algunos casos deteriorada imaginería desplegada en sus capiteles, tema que, no obstante, veremos en una próxima entrada.


(1) David de la Garma Ramírez: 'Rutas del románico en la provincia de Segovia', Ediciones Castilla, Valladolid, 1998.

lunes, 15 de diciembre de 2014

Sepúlveda: la cripta prerrománica de la iglesia de Santiago


Posiblemente, por su planta teóricamente más humilde y de factura mudéjar, donde se mezcla la piedra tradicional con el ladrillo, material más fácil de elaborar y por supuesto mucho más barato, la iglesia de Santiago, situada extramuros de la Villa de Sepúlveda, reclame menos atención en el visitante, que los demás templos románicos que, en mejores o en peores condiciones de conservación, sobreviven de todos aquellos -media docena, aproximadamente-, que originalmente había. De hecho, hemos de observar en este templo dedicado a la figura del Santo Patrón hispano, Santiago Boanerges, un destino muy similar al que le ha tocado en suerte a aquél otro que ya tuvimos oportunidad de ver en este blog, dedicada a las figuras de dos santos gemelos, Justo y Pastor: la de haber sido reconvertido en Centro de Interpretación, aunque en ésta ocasión, de las magníficas Hoces del río Duratón. No ha de extrañarnos, por tanto, una vez entrados en su interior, encontrarnos con multitud de objetos y referencias -tanto ecológicas, como geológicas, como biológicas-, que llaman la atención sobre multitud de aspectos, que poco o nada tienen que ver con la función original del templo. Un templo que, si bien austero en su ornamentación y humilde, aparentemente, en su constitución, tiene, sin embargo, algunos detalles de interés, entre los que sobresale, desde luego, su cripta. Una cripta antigua, prerrománica, según rezan los carteles, cuya existencia se remonta a aquellos nebulosos siglos -X y XI- en los que el brazo fuerte y el ánimo de independencia de ese gran personaje, que fue el conde Fernán González, comenzaban a forjar parte de la inconmensurable leyenda de Castilla. Una cripta que, contra lo que cabe suponer, no está en esas entrañas de la nave, sino en su piso superior. Un piso superior, que parece formar parte de la misma roca de la ladera donde se sitúa su lado norte y donde, excavados, así mismo, en la férrea superficie de la madre viva, algunos sepulcros de aspecto antropomorfo conservan aún parte de los anónimos cuerpos humanos que hace, cuando menos un milenio, albergaron. Débilmente iluminada, su aspecto adquiere, según sea la imaginación del visitante, la sórdida lobreguez de esos reinos de fantasía lovecraftianos, donde el más leve susurro, quizás del entramado que permite el paso y sirve, a la vez de mirador, pueden producir cierto estado de nerviosismo, difícil de superar.


lunes, 1 de diciembre de 2014

Sepúlveda: iglesia de San Bartolomé


Otra de las reliquias de esta singular villa de Sepúlveda, es la arcana iglesia dedicada a la figura de ese apóstol aventurero, que aparentemente evangelizó la India, Mesopotamia y Armenia y al igual que la versión cristiana del Apolo romano o el Hermes griego, nuestro arcángel San Miguel, mantiene también a raya a un impotente diablo a sus pies: San Bartolomé. Como vimos en la entrada anterior, varias de las imágenes titulares que un día le pertenecieron -recordemos a la Virgen de San Frutos, así como las dos magníficas tallas representativas de las mistéricas figuras de San Roque y de San Antón-, actualmente forman parte de la interesante colección de objetos sacros que se custodian en la vecina iglesia de los Santos Justo y Pastor, recientemente convertida en Oficina de Turismo y Museo de Arte Sacro.

Si de vecindad hablamos, diremos que la iglesia de San Bartolomé -bien señalizada por un interesante crucero de piedra del siglo XVII, que se alza a la mitad de los antiguos escalones de piedra que conducen a su pórtico-, se localiza en las inmediaciones de la Plaza Mayor, el Ayuntamiento y los restos del castillo, que aún conserva parte de la iglesia que, supuestamente, fue de los caballeros templarios. Si bien, en tiempos medievales se supone que fue una iglesia de las de arrabal, situada extramuros de la ciudad, hoy en día, podría considerarse perfectamente integrada en el centro de su casco urbano. Datada por el Marqués de Lozoya a finales del siglo XI o comienzos del siglo XII, esta integración urbanita quizás haya podido influir, también, en que apenas se conserven piezas de su fábrica original, a excepción de su ábside y una cripta, situada precisamente a los pies de la esta cabecera y oculta por el alfombrado, que está cerrada a cal y canto al público. Incluso la portada, formada por sencillos motivos cuadripétalos, es posterior. Fiel al universo conceptual del románico, los motivos que componen la ornamentación de los canecillos absidiales, varían desde lo foliáceo o vegetal, a los rostros humanos, los rollos de pergamino y algún motivo geométrico, sin olvidar los nudos y entrelazados, así como los ajedrezados de los denominados del tipo jaqués o jacetano. Similar en la factura a los motivos decorativos del pórtico, se observan algunos restos utilizados como relleno en la torre, a media altura.


Ya en su interior, y en una cabecera de tres ventanales -uno de ellos, prácticamente cegado por las obras posteriores-, todavía se aprecian algunos capiteles originales, cuyos motivos, están compuestos de arpías y vegetales. Barroco, y posiblemente ocultando algún resto pictórico anterior, el Retablo Mayor ofrece la visión de una magnífica imagen del santo titular, que mantiene todos y cada uno de sus atributos: el cuchillo, firmemente apretado en su mano derecha, mientras que en la izquierda, sujeta un libro cerrado, así como la cadena que mantiene a sus pies amarrado y prisionero, al supuesto diablo. Símbolos éstos que, si tenemos en cuenta los lugares donde teóricamente ejerció su magisterio, pueden dar lugar a interesantes especulaciones: el Libro, ¿hemos de considerarlo como una ortodoxa y simple referencia a las Sagradas Escrituras o, por el contrario, como una alusión a esa teórica Geometría Sagrada, teniendo en cuenta que hay quien supone unos orígenes netamente armenios, los del románico, y además San Bartolomé, como otros apóstoles, forma parte de un santoral magistral, adoptado por las hermandades de canteros medievales, estando como tales representados en lugares como, por ejemplo, el monasterio de Santa Cristina de Ribas de Sil, en la provincia de Orense?. Más puntual aún que el Libro, bueno sería fijarse, también, en las características del diablo que éste mantiene sujeto a sus pies, la parte inferior de cuyo cuerpo es la de una serpiente; y no olvidemos, que precisamente por esa zona, e incluso más allá, en las remotas tradiciones hindo-tibetanas, se habla de los djinns y jinas -bueno, cuando no oportuno, sería recordar a otro popular santo cristianizado que lleva precisamente su nombre, San Ginés-, seres exactamente iguales, uno de los cuales fue, precisamente, la madre del personaje épico más importante de la epopeya nacional tibetana -el conquistador Gesar de Ling- a quien se compara como una especie de Preste Juan o Rey del Mundo -recordemos, a tal respecto, las tradiciones referentes al Agartha y Shamballah-, que, según las profecías -curiosamente, en la misma tradición que el rey Arturo o el emperador Federico Barbarroja-, algún día volvería para ponerse otra vez al frente de sus ejércitos y derrotar a los enemigos de la Religión; en este caso, Occidente.


Especulaciones aparte, merece la pena fijarse también en los hermosos motivos solares y polisquélicos que decoran el interior de la cupulilla, así como en la presencia de la imagen de otro santo heterodoxo -San Cristóbal/Hércules-, y las sepulturas de miembros de antiguas y relevantes familias de guerreros, como los Calderones.

Como dato anecdótico, terminar comentando, que detrás de la iglesia se localiza una de las calles que todavía mantiene vigente una fiesta -que se celebra la noche de la víspera de la festividad de San Bartolomé-, de marcado origen heterodoxo y popular: la del Diablillo.

viernes, 28 de noviembre de 2014

Sepúlveda: iglesia de los Santos Justo y Pastor


Comentaba Mario Roso de Luna -gran teósofo y escritor español, nacido en Logrosán, provincia de Badajoz-, en uno de sus más apasionantes relatos metafísicos -La Demanda del Santo Grial (1)-, que en Sepúlveda, el ocultismo y la magia tradicional son tales, que se mascan en el ambiente. Con esta afirmación, venía a sugerir, a grosso modo, que Sepúlveda, como Toledo, Salamanca, Calatayud y otras puntuales urbes de la vieja Hesperia, eran ciudades particularmente animadas por el antiquísimo espíritu de la Tradición y donde Sophia, esa Doncella Sapiente a la que se arrimaban sin descanso los gnósticos, tenía uno de sus tronos establecidos, entendiendo tal metáfora como lugar de fusión y pervivencia de las tres grandes culturas y escuelas de la Edad Media: la cristiana, la judía y la musulmana.
 
Aun teniendo en cuenta la labor zapadora de sus más terribles enemigos -el tiempo y la voracidad de los propios hombres-, quedan en Sepúlveda, no obstante, los suficientes vestigios histórico-artísticos, mistéricos y culturales, como para conseguir que una visita, más o menos prolongada, se convierta, al fin y al cabo y por su propia inercia, en una memorable aventura. Esta aventura, como se sugiere en la presente entrada, podría comenzar, perfectamente, por la visita a uno de sus templos más antiguos, después, claro está, del Salvador: la iglesia de los Santos Justo y Pastor.
 
Reconvertida en Oficina de Turismo y a la vez en Museo de Arte Sacro, basta un simple vistazo a los primitivos vestigios originales que todavía conserva, para hacerse una idea de la importancia que esta Villa tuvo en tiempos del legendario primer conde de Castilla -Fernán González- y de los excelentes talleres canteros y artesanos que en ella se instalaron, después de los ríos de sangre que costó tomarla. Si bien exteriormente está bastante modificada e incluso uno de sus tres ábsides no se aprecia, pues está afectado y oculto por un edificio moderno, en el interior, tanto el ábside principal, como los auxiliares -que conformarían las consabidas capillas de la Epístola y del Evangelio-, conservan, en sus capiteles, una magnífica muestra de la imaginería medieval, entre cuyas escenas cabe señalar la llamada de atención hacia un mito -el de la Adoración de los Magos-, que pareció ocupar un lugar preeminente en las temáticas románicas. Tampoco faltan, evidentemente, esas alusiones a los vicios y pecados, que solían ser representadas, generalmente, como bestias grotescas e incluso mitológicas -sirenas, arpías o centauros-, sin olvidar, por supuesto, el gran abanico de motivos foliáceos, entre los que, a poco que nos fijemos y con una persistencia bastante más que suspicaz, el cantero nos recordaba, al representar entre ésta a los denominados hombres-verdes, que, después de todo, los viejos cultos celtas todavía estaban muy presentes en la mentalidad medieval popular. Pero no sólo la parte superviviente de esta joya románica -incluida su magnífica cripta, donde se localiza una imagen mariana, anónima del siglo XIII, cuya composición, recuerda las magníficas esculturas dedicadas a la figura de Nuestra Señora que tanto proliferan o proliferaron en los monasterios cistercienses y la versión extensa, fechada en 1305 del famoso Fuero de Sepúlveda- ha de llamar especialmente la atención, sino que además, la excelente colección artística que alberga, ha de servirnos, a la vez, de guía inestimable para determinar su procedencia y sugerirnos un pequeño breviario socio-antropológico sobre las devociones de los antiguos sepulvedanos y cuáles podrían haber sido, en el pasado, los templos que podrían considerarse -hipotéticamente hablando, por supuesto- desde un punto de vista dotado de cierta heterodoxia. Quizás de todas ellas, sobresalga la imaginería sacra que en su día perteneció a la vecina iglesia de San Bartolomé, situada en las inmediaciones de la Plaza Mayor y el Ayuntamiento, entre las que destacan, no sólo la advocación de este supuesto evangelizador de la India, que conlleva numerosas acepciones de carácter esotérico, sino también la presencia de santos complementarios, no menos relevantes y esotéricos como él mismo, como son una magnífica escultura en madera policromada del siglo XIII, representando a San Gil, otra gótica de San Roque, vestido de peregrino y una tercera de San Antón, del siglo XVII y posterior a ambas, sin olvidar, por supuesto, una interesante imagen mariana y gótica, que seguramente debió de ocupar, en su momento, el Retablo Mayor y gozar de buena fama milagrera: la Virgen de San Frutos. O esa otra, anónima, algo deteriorada, de unos treinta o cuarenta centímetros de altura -medidas que parecían corresponder con las antiguas imágenes de vírgenes negras que tanto proliferaron en nuestros santuarios-, procedente de la ermita de San Frutos.
 
Titulares de esta antigua parroquial de los Santos Justo y Pastor, merece mencionarse, por su elaboración y belleza, una imagen de Santiago Peregrino, una Inmaculada Concepción y dos interesantes imágenes del Arcángel San Miguel, aparte de los genuinos objetos de culto, cruces procesionales -una de ellas, procedente del vecino santuario de una virgen negra, la Virgen de la Peña-, cálices y una pequeña pero notable colección de manuscritos antiguos. Además de todos estos detalles, la visita no sería completa si nos marcháramos sin observar, siquiera por su singularidad, las magníficas series de canecillos de los ábsides, donde aparte de monstruos grotescos, individuos burlones, grifos, arpías y motivos vegetales, destaca, por su belleza y sus connotaciones paganas, el ave asociada tradicionalmente con la antigua diosa Afrodita: la lechuza.
 
 

(1) Mario Roso de Luna: 'El Árbol de las Hespérides', Editorial Pueyo, Madrid, 1923.

domingo, 23 de noviembre de 2014

El Priorato de San Frutos


Sin duda, Segovia es una comunidad de contrastes; una tierra singular, donde Arte, Historia, Tradición, Naturaleza, Misterio y Leyenda, forman, aglutinados o por separado, uno de los más brillantes conjuntos culturales de esta, nuestra arcana Hesperia. De la Villa y Tierra de Sepúlveda -cuyo Fuero todavía se conserva como un auténtico tesoro, en la cripta de la iglesia de los Santos Justo y Pastor, hoy día, reconvertida en Museo de Arte Sacro y Oficina de Información-, numerosos son los lugares que visitar -dentro o fuera de sus murallas- y de los que hablar; pero de todos ellos destacan, no sólo por cercanía sino también por su singularidad, por su legendaria soledad y por su belleza extrema, las Hoces del Río Duratón. Sería imperdonable realizar una visita, más o meno prolongada a Sepúlveda, y no comenzar, siquiera a modo de introducción, hablado de tan paradigmático lugar.

Es allí, aproximadamente en mitad de las hoces, donde éstas forman no uno, sino varios arcos de ballesta -como diría el poeta, refiriéndose al Duero a su paso por otra comunidad hermana, como es la soriana-, guardadas las paredes de sus farallones por formidables colonias de aves rapaces -buitres leonados, en su mayoría-, donde se eleva una memorable ruina que, sin embargo, cada 25 de octubre, atrae en masa a vecinos de los pueblos de alrededor y a visitantes de otras comunidades, en una romería que se mantiene vigente desde tiempo inmemorial: el Priorato de San Frutos. Su historia, si bien no difiere en demasía de la historia ortodoxa de la práctica totalidad de los cenobios nacionales desde su fundación -generalmente a partir del siglo XI- hasta la famosa Desamortización de Mendizábal, mantiene, no obstante, la magia temporal de sus enigmáticos orígenes y de los primeros moradores que, buscando a Dios -aunque, en realidad, huyendo de un mundo que se debatía entre lo estertores de una invasión que ponía punto y final a un mundo antiguo, el visigodo, para someterse a los designios de un mundo nuevo, el musulmán-, se retiraron a este bien denominado Desierto del Duratón, siendo los precursores de las futuras comunidades monásticas, como ocurrió en otros muchos lugares de la Hispania conquistada. El más famoso de los que ocuparon las concavidades de la tierra en este fabuloso lugar, fue San Frutos. Un personaje, cuya vida se debate a lomos de la historia y la leyenda y que, ya en su nombre, ofrece cierta concomitancia con los antiguos cultos a la fertilidad, en un lugar en el que éstos pudieron muy bien haber sido aplicados por las comunidades celtíberas que moraron en sus parajes siglos antes.
Las ruinas del Priorato de San Frutos, como también las ruinas del cercano monasterio de Nuestra Señora de los Ángeles, son testigos mudos de una historia misteriosa y perdida. Una historia que duerme su sueño eterno, lejos de la mundanal banalidad de un mundo que ocasionalmente quiere penetrar en ella y la contempla con nostálgica conmiseración. Adentrarse, pues, en estas ruinas románticas, puede resultar algo más que una aventura: una fascinante ensoñación. Alcanzar y atisbar desde esas ventanas abiertas a la luz infinita de las estrellas, puede, a la vez, ser un ejercicio de regresión al pasado; una historia personal interactiva, donde cada uno ha de buscar las claves de unos enigmas que, aún dormidos, todavía están ahí, reclamando una atención y una comprensión, que sólo han de llegar, dejándose llevar; convirtiéndose en rehén voluntario de un entorno que, a pesar de lo aparente, todavía tiene mucha vida y desde luego, muchas cosas que contar.


domingo, 23 de febrero de 2014

Un Patrimonio que se viene abajo: las casas románicas de Segovia


'Nacido en una casa que conserva aún vestigios románicos, en Segovia, la ciudad de Europa en que los monumentos románicos -religiosos o civiles- son más numerosos, confieso mi predilección por este estilo, uno de los más bellos y perfectos que, a lo largo de los siglos, han inventado los hombres: un sistema completo en el cual son posibles la catedral y la más humilde ermita campesina...' (1).

Con estas palabras, comenzaba la presentación que Don Juan de Contreras y López de Ayala, Marqués de Lozoya, dedicaba a un segoviano cuya obra, quizás no demasiado conocida por el público en general, constituye no sólo un auténtico esfuerzo intelectual, sino también un meritorio ejercicio de admiración hacia uno de los estilos artístico-religiosos que posiblemente haya despertado, mucho más que otros, la pasión de numerosas generaciones: el Románico. Qué duda cabe que en el caso del autor, el haber nacido y vivido en una ciudad como Segovia -donde, como decía el Señor Marqués de Lozoya, los monumentos románicos, tanto religiosos como civiles, son más numerosos-, haya constituido el auténtico despertar de una conciencia, que habría de inducirle no sólo a caminar de seminario en seminario hasta alcanzar la graduación del sacerdocio, sino también de embarcarse en un auténtico viaje en el tiempo, buscando, probablemente, las mismas claves que iluminaban la fe que animaba en el alma de los constructores medievales; una fe y unas claves que, aunque visiblemente alteradas por el tiempo y por los hombres, todavía constituyen uno de nuestros más excelsos patrimonios y cuya búsqueda sea, después de todo y en mi opinión, una de las aventuras más fascinantes del espíritu.
Resulta evidente, por otra parte, que si bien las posturas encontradas, las nuevas tendencias y ese aparente agnosticismo que caracteriza a nuestra moderna sociedad, quizás más racional y científica que nunca, inmersa en el universo de la magia tecnológica, sea precisamente éste, el espíritu, y su mejor virtud, la curiosidad, quienes, paradójicamente, continúen empujando al hombre a tomarse un respiro, a mirar atrás y a buscar, siquiera como aficionado, esos rincones tradicionales cuya visión y sensaciones logran que por un instante, anclada el alma en el puerto de los agobios cotidianos de una vida inexorablemente marcada por los feudos modernos de la política y la economía, constituyen una bocanada de aire fresco capaz de conseguir que cada vez sean más las personas empeñadas en disfrutar de eso que, en buena ley, se ha llamado turismo cultural. Segovia, después de todo, continúa siendo una ciudad cultural de primer orden. Pero lejos de sus fascinantes monumentos, es en los restos de su casco antiguo, entre las sombras y estrecheces de la antigua judería o en esas calles de Daoiz y Velarde, que más allá de la catedral y de la iglesia de San Andrés conducen hacia el ensueño de castillo de cuento que por su forma es el Alcázar y desde el que se tiene una formidable perspectiva de la mítica Vera Cruz, del monasterio del Parral o del paso lánguido y melancólico del Eresma, donde apenas ha cambiado un ápice de las riberas por las que paseaba un triste y pensativo Antonio Machado, donde, con el alma encogida por el abandono, y en su gran mayoría luciendo el cartel de Se Vende, tiene la sensación, no obstante, de que el tiempo se le escapa de las manos y emulando a Proust, observa con atención esas portaladas románicas, intentando, después de ver esas rosarias pétreas que forman los entramados de sus capiteles, o ese Cristo atado a la columna y azotado o esa Piedad mortalmente herida con el cuerpo de su hijo desmadejado en su regazo, que quizás su intento de buscar el tiempo perdido pueda llegar a ser infructuoso y tal vez, en un futuro no demasiado lejano, la estatua de San Frutos, que campea en la portada principal de la catedral, pase la última de las hojas del libro de piedra que sostiene entre las manos, y se cumpla la leyenda, llegando el postrero fin para un tesoro que nunca se debió dejar perder: las casas románicas del casco antiguo.  

 
(1) Manuel Guerra: 'Simbología Románica: el Cristianismo y otras religiones en el Arte Románico', Fundación Universitaria Española, Madrid, 1986.

jueves, 13 de febrero de 2014

Requijada: iglesia de la Virgen de la Vega


Si hay un lugar dentro de la provincia de Segovia donde mejor se pueda apreciar ese insuperable contraste, cuando no afinidad que en mi opinión, deberían tener Arte Sacro y Entorno -lo cual, desde un punto de vista extraordinariamente simbólico, no dejaría de conllevar, a la vez, el pensamiento de situar un templo dentro de otro templo-, estoy convencido de que lo hallará precisamente aquí, a las afueras del pueblo de Requijada y a escasa distancia de otro pueblo universalmente conocido por conservar todavía buena parte de su aspecto netamente medieval y, por defecto, ser marco, además, de los anuncios tradicionales de la soñada lotería de Navidad: Pedraza.
A diferencia de éste, las aglomeraciones de turistas, por algún motivo que se me escapa, no suelen darse en el hermoso entorno donde se asienta este perfecto ejemplo de geometría sagrada, dedicado a la figura de Nuestra Señora de la Vega, por lo que se podría afirmar, que no resultaría tampoco raro llegar hasta allí y disfrutarlo con una más que agradecida tranquilidad, sin que ello sea óbice para que algún viajero, atraído por su belleza, decida hacer un alto en su camino, y después de unos minutos de contemplativa admiración, retome viaje, es de suponer que con un agradable sabor de boca y un inolvidable recuerdo.
Hecho con intención y construido por y para esta figura Materna, que en el fondo representa la veneración universal por la fructífera esencia de lo femenino, Grial inagotable de Vida, no ha de resultar extraño, si no más bien lógico, observar la escena de la Anunciación campeando gloriosa por encima de un pórtico sublime, que todavía conserva buena parte de su policromía original; parte y detalle que, además, y sumergidos en el mundo de las comparaciones -por muy odiosas que éstas puedan resultar en ocasiones- recuerda, y por eso la comparo, la portada principal de aquél otro templo, dedicado también a la figura de la Virgen, bajo el nominativo de la Asunción, que oculta así mismo un verdadero tesoro artístico en ese, el pueblo más frío de España -según lo consideran algunos-, situado en la frontera de Segovia y Soria, muy cerca de Maderuelo y su extraordinaria ermita de la Vera Cruz -cuyas maravillosas pinturas, por fortuna no terminaron asombrando al mundo más allá del charco, en la neoyorkina The Cloisters-, como es Castillejo de Robledo.
Tampoco habría de sorprendernos, por otra parte, y reconozco que no es mi intención adentrarme en oscuridades interpretativas -al menos por esta vez- que enturbien el sentido de la presente entrada, que no es otro que el de permitir que los ojos se sientan golosos por el simple placer de la contemplación, pensar, a la vista de esos centauros disparando sus flechas sobre unas sirenas en esa otra clase de amor -goliardo y posiblemente más humano- que mis admirados y queridos amigos de Salud y Románico tuvieron a bien desarrollar, seguro que contemplando, si no estos mismos capiteles, sí otros similares. Porque el amor, en el fondo, no sólo está en esa goliarda mirada del caballero a su dama; o en las estrofas veladas que dedicaba el trovador a la misma Nuestra Señora con la que nació y murió la Orden del Temple, sino también en la perfección de un recinto, en lo maravilloso de un entorno y en ese despertar del alma -silencioso, pero certero- que en determinadas circunstancias, atraviesa el cristal de la mirada. 

martes, 4 de febrero de 2014

La iglesia de Nª Sª de la Asunción de Duratón


Posiblemente, hablar de Duratón y en especial de su imponente iglesia románica dedicada a la figura de la Asunción de la Virgen, implique, después de todo, hacer referencia, cuando menos, al que seguramente sea el templo más espectacular e interesante de la zona y por añadidura, a un pueblo, que siendo de los más importantes en la Edad Media, actualmente no pasa de ser apenas una aldea con una veintena aproximada de habitantes. De su relativa importancia medieval, todavía queda constancia de la inmensa necrópolis descubierta junto a la iglesia, muchos de cuyos sarcófagos de piedra fueron trasladados a un campo cercano, situado al otro lado de una carretera que algunos kilómetros más adelante conduce al viajero hasta Sepúlveda, donde languidecen sin orden ni concierto.
Esbelta en su conjunto y frecuentada por las cigüeñas en San Blas, posiblemente se pueda afirmar que en Duratón existió un importante taller de cantería, cuya influencia se extendió por muchos de los templos de los alrededores, algunos de los cuales, como el de Sotillo, hemos tenido ocasión de ver a lo largo de las últimas entradas. Un taller que, dadas las referencias orientales, sobre todo en lo referido a la atípica figura del dromedario, bastante más elaborada y fiel a la realidad que aquélla otra que se localiza, precisamente, en el templo de Sotillo, induce a suponer la presencia, entre sus miembros, de alarifes mudéjares.
Este templo fue restaurado en la década de los ochenta por el arquitecto Ramiro Moya, y en su extensa y variada iconografía, que gira desde la sempiterna lucha entre el Bien y el Mal, hasta las más elaboradas e interesantes concepciones del Nuevo Testamento, donde cabe destacar, entre otras, el Nacimiento -obra que por su elaborada concepción, suele ser catalogada como el elemento más logrado de todo el conjunto-, la Adoración de los Pastores y la Epifanía de los Magos. Particularmente, me llaman la atención dos capiteles: en el exterior, uno que representa a dos machos cabríos afrontados, muy similar, en ejecución, a aquél otro que se localiza en el templo de San Juan Bautista de Orejana; y dentro de las sorpresas temáticas del interior, uno en particular, genialmente elaborado y compuesto por varios tipos de aves. De cualquier forma, y aunque descrito someramente, este templo de Nuestra Señora de la Asunción, de Duratón, resulta de visita obligada para todo aquel amante del Románico en general, así como para todo aquel que desee introducirse con parte de lo más florido del románico de la provincia de Segovia.

martes, 21 de enero de 2014

Sotillo, señales mágicas: la iglesia de la Natividad de Nuestra Señora


Considerada como uno de los monumentos más importantes del románico rural de la provincia de Segovia, la iglesia de la Natividad de Nuestra Señora, situada a las afueras de la población de Sotillo, bien vale una misa cuando no una visita prolongada, como se diría popularmente. Se cree, a juzgar por el estilo de algunos de los numerosos motivos escultóricos -sobre todo, referido a los canecillos y metopas-, que en su ejecución intervino la misma mano o el mismo taller que trabajó, si no en su totalidad al menos sí en parte de los motivos que caracterizan otros dos singulares templos de las cercanías, como son el de Perorrubio -San Pedro ad Vincula- y Santa Marta del Cerro.
Independientemente del interés que puedan suscitar los numerosos y a la vez significativos graffiti de peregrino que se destacan en las inmediaciones de su portada principal de acceso, la parte artística más reseñable, se localiza en el ábside o cabecera, siendo los motivos principales de los canecillos y metopas -comunes, por otra parte, a la mayoría de mensarios románicos de la época-, el erotismo, las referencias al pecado y la lujuria, representadas, generalmente, por cabezas monstruosas y seres mitológicos como las arpías, rostros humanos -que inciden en cuestiones antropológicas, y dentro de ellos destaca la cabeza de un varón con esmerados rizos en el peinado- e incluso motivos simbólicos de unión e inmortalidad, como puede decirse del caso de la piña. Las metopas, como elemento auxiliar, incluyen motivos foliáceos, típicas escenas de caza, que incluyen el cazador o montero con la jauría de perros y el ciervo, que en ocasiones representa a Cristo, dragones e incluso una interesante estrella de cinco puntas o pentalfa, símbolo que portaba en su escudo Sir Gawain, célebre caballero de los ciclos griálicos y sobrino del rey Arturo (1), como servidor de Nuestra Señora, pues, entre otros múltiples significados, este símbolo también representaba los Cinco Gozos de María y las Cinco Llagas de Cristo.
La portada, aunque sencilla, tiene una forma lobulada, o a modillones, adornada con rosetas florales en número de ocho pétalos. El arcosolio principal, luce un motivo ondulante, quizás representando las olas marinas de ese mar primigenio que, bien mirado, podría considerarse como uno de los primeros griales de la Humanidad, en su concepto de transmisor de vida y abundancia.
Interesantes, por otra parte, son también los capiteles interiores, donde se conjugan diversos motivos, como las aves con los cuellos entrelazados que se muerden las patas con sus picos, motivos foliáceos, y escenas de lucha entre guerreros y animales salvajes, que podrían ser, bien un lobo o un oso, pero que, en cualquiera de los casos, y simbólicamente hablando, tienen cierta relevancia, tanto como referencia a los gremios canteros -en el caso del lobo- como el oso o la osa, en tanto que primitivamente, -aparte de la importancia astrológica y su relación con el Camino de Santiago-, este animal también se hallaba relacionado con la figura primordial de la Gran Diosa Madre.
No menos interesante, serían las figuras que copan el Retablo Mayor, de estilo barroco, que probablemente reemplace a las pinturas románicas que el templo, como era costumbre, pudo haber tenido en sus inicios. Entre éstas, por su significancia, cabe destacar la figura de Virgen sin Niño que ocupa la parte central del retablo y que representa a Nuestra Señora de Sotillo. Hay otra Virgen, ésta con Niño en brazos quien, significativamente, sujeta un pajarillo en la mano izquierda y que, aparte de su referencia al alma humana, puede también referirse de la infancia de Jesús, en el que ya se demostraba su capacidad para los milagros. A ambos lados de esta figura, se localizan dos figuras eminentemente mistéricas, como son la de Santa Águeda, con los pechos en un plato o bandeja y el popular San Roque, luciendo las vieiras de peregrino en su capa y acompañado por su inseparable perro con la hogaza de pan en la boca.

 
(1) 'Sir Gawain y el Caballero Verde', Alianza Editorial, S.A., Segunda Edición, 2013, referencias en el prólogo de Luis Alberto de Cuenca, página 15 y en páginas 41-42.

miércoles, 15 de enero de 2014

El románico perdido de Fresneda de Sepúlveda


Cercano a poblaciones como Duruelo, Sotillo, Duratón y Perorrubio, en cuyos haberes, al menos éstas tres últimas cuentan con parroquias que pueden definirse como del mejor románico de la zona (1), Fresneda de Sepúlveda y su derruida parroquial constituyen el testigo mudo, pero visible, del terrible drama de la despoblación, que como una peste negra señala el estado de numerosos asentamientos rurales, repartidos por las diferentes comunidades autónomas del país. Si bien un simple vistazo señala que la iglesia parroquial de Fresneda no fue, ni siquiera en sus comienzos, uno de los ejemplares más brillantes del arte románico de la provincia, no por ello, a juzgar por los escasos restos sobrevivientes, debería interesarnos menos, pues dentro de su faceta de templo eminentemente rural, debió de tener cierta entrañable esbeltez. De esa faceta primitiva, apenas sobrevive, y en pésimo estado de conservación, la portada sur, la espadaña y los escalones de piedra que conducen a ésta. Limpia de capiteles, entre los motivos ornamentales que aún se conservan, destacan aquellos de tipo foliáceo, además de otro interesante motivo que muestra un entrelazado celta formando una cruz, y que se repite a lo largo de la arquivolta principal. Motivo que, por añadidura, se localiza en algunos templos tanto románicos como suevos o visigodos, siendo el ejemplo más relevante, el de la iglesia del que fuera monasterio de San Esteban de Atán, en la parte lucense de la Ribeira Sacra. Como ejemplo más cercano, comentar que este motivo se localiza también, reutilizado como elemento de relleno, en el lateral norte de la iglesia de San Miguel, en la población no excesivamente lejana de Arcones.
Por último, reseñar que de dichas reminiscencias de origen celta, queda constancia, al igual que en el cercano pueblo de Barahona que vimos en la entrada anterior, del calificativo Fresneda, Fresno, árbol sagrado para los antiguos druidas y a la vez, determinante, en tiempos, del entorno.

 
(1) Los nombres de dichas parroquias son, respectivamente, la Anunciación de Nª Sª, la Asunción y San Pedro Ad Vincula.

miércoles, 8 de enero de 2014

Barahona de Fresno: iglesia de San Cristóbal



Dentro del entorno cercano a Castillejo de Mesleón, ambos Cerezos –el de Arriba y el de Abajo- y esa impresionante vía de comunicación que conecta la Meseta con el Norte, hay una variada serie de pequeñas poblaciones que todavía conservan interesantes elementos románicos, con mayor o menor grado de entereza, que merece la pena conocer. Una de tales poblaciones, es Barahona de Fresno y su iglesia románica, dedicada a una figura muy poco ortodoxa del santoral, como es la del gigante San Cristóbal. A pesar de que la estructura eclesial original ha sufrido algunas modificaciones a lo largo de su historia, quizás la principal de todas ellas, estribe en la inclusión de un porche ciego en su lado sur, que oculta la portada y de hecho, la entrada principal al templo. Situada a pie de carretera –en realidad, ésta atraviesa el pueblo, separándolo en dos mitades-, la iglesia de San Cristóbal muestra todavía interesantes elementos ornamentales, cuya reseña se podría comenzar a detallar llamando la atención sobre las numerosas marcas de cantero que se localizan en la cabecera o zona absidal. Su principal característica es que, fuera de lo que solía ser corriente en la época –aproximadamente, siglo XIII-, tienen un tamaño considerable, que llama inmediatamente la atención. Éstas incluyen, en su forma, estrellas de ocho puntas, las típicas A con forma de compás, haches, triángulos y alguna otra con forma de T o tau.

La parte más relevante, cuya temática y elementos conectarían –comparativamente hablando-, con temáticas que, si bien no son extrañas dentro del románico en general, sí resultan, quizás, más corrientes y populares dentro de lo que se podría encuadrar como el románico del norte, sería aquella en la que el erotismo de las figuras desarrolla una desvergonzada desproporción, sobre todo en referencia a las falos de los individuos, que recuerda, grosso modo, aquellos que se localizan especialmente en la famosa colegiata cántabra de San Pedro de Cervatos. Junto al tema erótico, aunque con menor presencia, el resto de canecillos presenta un cariz eminentemente antropológico, que muestra diferentes rostros característicos de la época, entre los que quizá destaque el de la mujer con el tocado medieval que le recubría la cabeza por completo, típico de las doncellas y nodrizas; la visión de los monjes, con el Libro Santo abierto entre las manos, cuyo mensaje de oración y recogimiento contrasta con los rostros animaloides y demoníacos, representativos, generalmente, de la lujuria y el pecado a los que tan cerca se encontraban los personajes, también representados aquí, del mundo de la farándula, como músicos y bailarinas. Por último, reseñar ese tema recurrente y abundante en el románico, en el que los canteros referencian esa división entre siervos y señores, representada por el montero, haciendo sonar el cuerno para levantar las piezas y con un perro a sus pies, que nos introduce en el tema cinegético, reservado exclusivamente para reyes y nobles.