sábado, 27 de diciembre de 2014

Segovia: el sueño de una noche de invierno


Sin duda, como decía Borges, la lluvia siempre ocurre en el pasado. Hace un año, en Segovia el diablo lloraba desconsoladamente por encima de ese acueducto que, según las viejas historias, esas que ya no fascinan a los niños como una buena consola, había hecho en el transcurso de una noche de verdadera magia potagia. La luna, dicen los gitanos que celosa de que las nubes la quitaran protagonismo, había descendido por el tobogán del infinito aposentando su corona de luz en ese mismo lugar donde antaño los druidas le cantaban al roble danzando al son de los tambores. San Frutos, guarecido de la lluvia en su masónica ornacina, seguía pasando las hojas del Libro de la Vida con melancólica parsimonia, quizás pensando con tristeza que cuando llegara a la última, ese mundo loco que aparcaba sus penas en Navidad, llegaría a su fin. De la cercana Casa Cándido, fluían aromas a cochifrito y el sonido de una docena de platos desintegrándose en miríadas de cometas sobre la diana de un suelo que permanecía impertérrito desde los tiempos en que el cartero viajaba en burro, como se dice que hizo el Mesías cuando entró en Jerusalén. Bosques de encina se convertían en supernovas en los hogares y por las chimeneas escapaban fantasmas que a veces, según soplara el viento, se mantenían flotando, como hojas de papel, por encima de la copa del gigantesco árbol de Navidad de la plaza. Allá, en la caja de resonancia de la iglesia de San Lorenzo, una coral de la tierra interpretaba el Himno a la Alegría de Beethoven. En el cercano monasterio de El Parral, los monjes ofrecían sus oraciones al Niño-Dios y aún más allá, extramuros y perdida en el camino a Zamarramala, la iglesia de la Vera Cruz se miraba apesadumbrada y silenciosa, pero siempre mágica, en las luces del Alcázar. Un año más, es Navidad. El cantor de jazz aparca por un instante el saxofón y los angelillos mean paz sobre los corazones de los hombres de buena voluntad. Un año más, las campanas del Salvador repican con ilusión, llamando a las comadres a la Misa del Gallo. Un año más, vuelve a ser NAVIDAD.


jueves, 18 de diciembre de 2014

Sepúlveda: iglesia de San Salvador


'Caminante catador
del hechizo de esta villa:
sube y llega con fervor
hasta el altar de Castilla,
donde en románico brilla
la joya del Salvador...'.


No exagera en modo alguno, ésta conocida coplilla que, situada en una de las casas del casco antiguo, al pie, precisamente, de esos empinados escalones de piedra que como si de un vía crucis se tratara, conducen al visitante a la parte más alta de la ciudad, y por defecto, a uno de los templos más significativos e importantes de la misma: el Salvador. El Salvador, dicho sea sin ánimo alguno de lisonjas gratuitas, es, no cabe duda, uno de los templos más importantes del románico segoviano –si por tal, podemos entender la individualidad de un Arte dotado, a mi juicio, de un carácter universal-, e incluso, como opinan algunos autores –entre ellos, David de la Garma Ramírez (1)-, del románico peninsular. Su longeva historia, su mediática idiosincrasia, su perfección y su belleza, entre otros merecidos calificativos, así lo confirman.

Ligado a los terribles embites de una épica Reconquista, que ya comenzaba a adquirir los caracteres de toda una aventura nacional, se supone que hacia el siglo XI, y más concretamente hacia el año 1093, comenzaron unas obras que habrían de dar como consecuencia de las acciones repobladoras del rey Alfonso VI, uno de los templos más atractivos –como ya se ha dicho- de esa España en recomposición. También se supone, que el anónimo maestro de obras que intervino, al menos en los primeros tramos de la obra, contaba ya con cierta experiencia en este nuevo estilo. Un estilo, que comenzó a introducirse en la España cristiana a través de esa fantástica vía de comunicación, desarrollada a raíz del descubrimiento de los supuestos restos del Apóstol Santiago en el bosque de Llibredón, en una Compostela sobre cuya etimología, aun hoy día los historiadores no terminan de ponerse de acuerdo: ¿campo de estrellas o campo de estelas?.

Metafóricamente hablando, algo hay, no obstante, de estelar en un templo cuyos enigmas no son pocos -incluidas las interesantes marcas de cantería-, hasta el punto de que existen incluso divergencias referidas a su galería porticada, que algunos estiman de las primeras de Castilla y comparan con las de los arcanos templos de San Esteban de Gormaz, y otros, piensan que fueron bastante posteriores. Sea como sea, en realidad, lo que sí parece más que probable, es que, por ciertas semejanzas asociativas, el taller o los talleres que levantaron San Salvador, intervinieron, así mismo, en otros templos relevantes de la comunidad sepulvedana, siendo uno de los más atractivos y relevantes, el de Nª Sª de la Asunción, situado en la vecina población de Duratón, que hoy día apenas ofrece una idea, siquiera aproximada, de la enorme importancia que el lugar tuvo en el pasado.

De su contenido plástico y simbólico, dan fe y testimonio las inconmensurables series de magníficos canecillos, además de la gráfica, aunque en algunos casos deteriorada imaginería desplegada en sus capiteles, tema que, no obstante, veremos en una próxima entrada.


(1) David de la Garma Ramírez: 'Rutas del románico en la provincia de Segovia', Ediciones Castilla, Valladolid, 1998.

lunes, 15 de diciembre de 2014

Sepúlveda: la cripta prerrománica de la iglesia de Santiago


Posiblemente, por su planta teóricamente más humilde y de factura mudéjar, donde se mezcla la piedra tradicional con el ladrillo, material más fácil de elaborar y por supuesto mucho más barato, la iglesia de Santiago, situada extramuros de la Villa de Sepúlveda, reclame menos atención en el visitante, que los demás templos románicos que, en mejores o en peores condiciones de conservación, sobreviven de todos aquellos -media docena, aproximadamente-, que originalmente había. De hecho, hemos de observar en este templo dedicado a la figura del Santo Patrón hispano, Santiago Boanerges, un destino muy similar al que le ha tocado en suerte a aquél otro que ya tuvimos oportunidad de ver en este blog, dedicada a las figuras de dos santos gemelos, Justo y Pastor: la de haber sido reconvertido en Centro de Interpretación, aunque en ésta ocasión, de las magníficas Hoces del río Duratón. No ha de extrañarnos, por tanto, una vez entrados en su interior, encontrarnos con multitud de objetos y referencias -tanto ecológicas, como geológicas, como biológicas-, que llaman la atención sobre multitud de aspectos, que poco o nada tienen que ver con la función original del templo. Un templo que, si bien austero en su ornamentación y humilde, aparentemente, en su constitución, tiene, sin embargo, algunos detalles de interés, entre los que sobresale, desde luego, su cripta. Una cripta antigua, prerrománica, según rezan los carteles, cuya existencia se remonta a aquellos nebulosos siglos -X y XI- en los que el brazo fuerte y el ánimo de independencia de ese gran personaje, que fue el conde Fernán González, comenzaban a forjar parte de la inconmensurable leyenda de Castilla. Una cripta que, contra lo que cabe suponer, no está en esas entrañas de la nave, sino en su piso superior. Un piso superior, que parece formar parte de la misma roca de la ladera donde se sitúa su lado norte y donde, excavados, así mismo, en la férrea superficie de la madre viva, algunos sepulcros de aspecto antropomorfo conservan aún parte de los anónimos cuerpos humanos que hace, cuando menos un milenio, albergaron. Débilmente iluminada, su aspecto adquiere, según sea la imaginación del visitante, la sórdida lobreguez de esos reinos de fantasía lovecraftianos, donde el más leve susurro, quizás del entramado que permite el paso y sirve, a la vez de mirador, pueden producir cierto estado de nerviosismo, difícil de superar.


lunes, 1 de diciembre de 2014

Sepúlveda: iglesia de San Bartolomé


Otra de las reliquias de esta singular villa de Sepúlveda, es la arcana iglesia dedicada a la figura de ese apóstol aventurero, que aparentemente evangelizó la India, Mesopotamia y Armenia y al igual que la versión cristiana del Apolo romano o el Hermes griego, nuestro arcángel San Miguel, mantiene también a raya a un impotente diablo a sus pies: San Bartolomé. Como vimos en la entrada anterior, varias de las imágenes titulares que un día le pertenecieron -recordemos a la Virgen de San Frutos, así como las dos magníficas tallas representativas de las mistéricas figuras de San Roque y de San Antón-, actualmente forman parte de la interesante colección de objetos sacros que se custodian en la vecina iglesia de los Santos Justo y Pastor, recientemente convertida en Oficina de Turismo y Museo de Arte Sacro.

Si de vecindad hablamos, diremos que la iglesia de San Bartolomé -bien señalizada por un interesante crucero de piedra del siglo XVII, que se alza a la mitad de los antiguos escalones de piedra que conducen a su pórtico-, se localiza en las inmediaciones de la Plaza Mayor, el Ayuntamiento y los restos del castillo, que aún conserva parte de la iglesia que, supuestamente, fue de los caballeros templarios. Si bien, en tiempos medievales se supone que fue una iglesia de las de arrabal, situada extramuros de la ciudad, hoy en día, podría considerarse perfectamente integrada en el centro de su casco urbano. Datada por el Marqués de Lozoya a finales del siglo XI o comienzos del siglo XII, esta integración urbanita quizás haya podido influir, también, en que apenas se conserven piezas de su fábrica original, a excepción de su ábside y una cripta, situada precisamente a los pies de la esta cabecera y oculta por el alfombrado, que está cerrada a cal y canto al público. Incluso la portada, formada por sencillos motivos cuadripétalos, es posterior. Fiel al universo conceptual del románico, los motivos que componen la ornamentación de los canecillos absidiales, varían desde lo foliáceo o vegetal, a los rostros humanos, los rollos de pergamino y algún motivo geométrico, sin olvidar los nudos y entrelazados, así como los ajedrezados de los denominados del tipo jaqués o jacetano. Similar en la factura a los motivos decorativos del pórtico, se observan algunos restos utilizados como relleno en la torre, a media altura.


Ya en su interior, y en una cabecera de tres ventanales -uno de ellos, prácticamente cegado por las obras posteriores-, todavía se aprecian algunos capiteles originales, cuyos motivos, están compuestos de arpías y vegetales. Barroco, y posiblemente ocultando algún resto pictórico anterior, el Retablo Mayor ofrece la visión de una magnífica imagen del santo titular, que mantiene todos y cada uno de sus atributos: el cuchillo, firmemente apretado en su mano derecha, mientras que en la izquierda, sujeta un libro cerrado, así como la cadena que mantiene a sus pies amarrado y prisionero, al supuesto diablo. Símbolos éstos que, si tenemos en cuenta los lugares donde teóricamente ejerció su magisterio, pueden dar lugar a interesantes especulaciones: el Libro, ¿hemos de considerarlo como una ortodoxa y simple referencia a las Sagradas Escrituras o, por el contrario, como una alusión a esa teórica Geometría Sagrada, teniendo en cuenta que hay quien supone unos orígenes netamente armenios, los del románico, y además San Bartolomé, como otros apóstoles, forma parte de un santoral magistral, adoptado por las hermandades de canteros medievales, estando como tales representados en lugares como, por ejemplo, el monasterio de Santa Cristina de Ribas de Sil, en la provincia de Orense?. Más puntual aún que el Libro, bueno sería fijarse, también, en las características del diablo que éste mantiene sujeto a sus pies, la parte inferior de cuyo cuerpo es la de una serpiente; y no olvidemos, que precisamente por esa zona, e incluso más allá, en las remotas tradiciones hindo-tibetanas, se habla de los djinns y jinas -bueno, cuando no oportuno, sería recordar a otro popular santo cristianizado que lleva precisamente su nombre, San Ginés-, seres exactamente iguales, uno de los cuales fue, precisamente, la madre del personaje épico más importante de la epopeya nacional tibetana -el conquistador Gesar de Ling- a quien se compara como una especie de Preste Juan o Rey del Mundo -recordemos, a tal respecto, las tradiciones referentes al Agartha y Shamballah-, que, según las profecías -curiosamente, en la misma tradición que el rey Arturo o el emperador Federico Barbarroja-, algún día volvería para ponerse otra vez al frente de sus ejércitos y derrotar a los enemigos de la Religión; en este caso, Occidente.


Especulaciones aparte, merece la pena fijarse también en los hermosos motivos solares y polisquélicos que decoran el interior de la cupulilla, así como en la presencia de la imagen de otro santo heterodoxo -San Cristóbal/Hércules-, y las sepulturas de miembros de antiguas y relevantes familias de guerreros, como los Calderones.

Como dato anecdótico, terminar comentando, que detrás de la iglesia se localiza una de las calles que todavía mantiene vigente una fiesta -que se celebra la noche de la víspera de la festividad de San Bartolomé-, de marcado origen heterodoxo y popular: la del Diablillo.