jueves, 13 de febrero de 2014

Requijada: iglesia de la Virgen de la Vega


Si hay un lugar dentro de la provincia de Segovia donde mejor se pueda apreciar ese insuperable contraste, cuando no afinidad que en mi opinión, deberían tener Arte Sacro y Entorno -lo cual, desde un punto de vista extraordinariamente simbólico, no dejaría de conllevar, a la vez, el pensamiento de situar un templo dentro de otro templo-, estoy convencido de que lo hallará precisamente aquí, a las afueras del pueblo de Requijada y a escasa distancia de otro pueblo universalmente conocido por conservar todavía buena parte de su aspecto netamente medieval y, por defecto, ser marco, además, de los anuncios tradicionales de la soñada lotería de Navidad: Pedraza.
A diferencia de éste, las aglomeraciones de turistas, por algún motivo que se me escapa, no suelen darse en el hermoso entorno donde se asienta este perfecto ejemplo de geometría sagrada, dedicado a la figura de Nuestra Señora de la Vega, por lo que se podría afirmar, que no resultaría tampoco raro llegar hasta allí y disfrutarlo con una más que agradecida tranquilidad, sin que ello sea óbice para que algún viajero, atraído por su belleza, decida hacer un alto en su camino, y después de unos minutos de contemplativa admiración, retome viaje, es de suponer que con un agradable sabor de boca y un inolvidable recuerdo.
Hecho con intención y construido por y para esta figura Materna, que en el fondo representa la veneración universal por la fructífera esencia de lo femenino, Grial inagotable de Vida, no ha de resultar extraño, si no más bien lógico, observar la escena de la Anunciación campeando gloriosa por encima de un pórtico sublime, que todavía conserva buena parte de su policromía original; parte y detalle que, además, y sumergidos en el mundo de las comparaciones -por muy odiosas que éstas puedan resultar en ocasiones- recuerda, y por eso la comparo, la portada principal de aquél otro templo, dedicado también a la figura de la Virgen, bajo el nominativo de la Asunción, que oculta así mismo un verdadero tesoro artístico en ese, el pueblo más frío de España -según lo consideran algunos-, situado en la frontera de Segovia y Soria, muy cerca de Maderuelo y su extraordinaria ermita de la Vera Cruz -cuyas maravillosas pinturas, por fortuna no terminaron asombrando al mundo más allá del charco, en la neoyorkina The Cloisters-, como es Castillejo de Robledo.
Tampoco habría de sorprendernos, por otra parte, y reconozco que no es mi intención adentrarme en oscuridades interpretativas -al menos por esta vez- que enturbien el sentido de la presente entrada, que no es otro que el de permitir que los ojos se sientan golosos por el simple placer de la contemplación, pensar, a la vista de esos centauros disparando sus flechas sobre unas sirenas en esa otra clase de amor -goliardo y posiblemente más humano- que mis admirados y queridos amigos de Salud y Románico tuvieron a bien desarrollar, seguro que contemplando, si no estos mismos capiteles, sí otros similares. Porque el amor, en el fondo, no sólo está en esa goliarda mirada del caballero a su dama; o en las estrofas veladas que dedicaba el trovador a la misma Nuestra Señora con la que nació y murió la Orden del Temple, sino también en la perfección de un recinto, en lo maravilloso de un entorno y en ese despertar del alma -silencioso, pero certero- que en determinadas circunstancias, atraviesa el cristal de la mirada. 

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