jueves, 18 de diciembre de 2014

Sepúlveda: iglesia de San Salvador


'Caminante catador
del hechizo de esta villa:
sube y llega con fervor
hasta el altar de Castilla,
donde en románico brilla
la joya del Salvador...'.


No exagera en modo alguno, ésta conocida coplilla que, situada en una de las casas del casco antiguo, al pie, precisamente, de esos empinados escalones de piedra que como si de un vía crucis se tratara, conducen al visitante a la parte más alta de la ciudad, y por defecto, a uno de los templos más significativos e importantes de la misma: el Salvador. El Salvador, dicho sea sin ánimo alguno de lisonjas gratuitas, es, no cabe duda, uno de los templos más importantes del románico segoviano –si por tal, podemos entender la individualidad de un Arte dotado, a mi juicio, de un carácter universal-, e incluso, como opinan algunos autores –entre ellos, David de la Garma Ramírez (1)-, del románico peninsular. Su longeva historia, su mediática idiosincrasia, su perfección y su belleza, entre otros merecidos calificativos, así lo confirman.

Ligado a los terribles embites de una épica Reconquista, que ya comenzaba a adquirir los caracteres de toda una aventura nacional, se supone que hacia el siglo XI, y más concretamente hacia el año 1093, comenzaron unas obras que habrían de dar como consecuencia de las acciones repobladoras del rey Alfonso VI, uno de los templos más atractivos –como ya se ha dicho- de esa España en recomposición. También se supone, que el anónimo maestro de obras que intervino, al menos en los primeros tramos de la obra, contaba ya con cierta experiencia en este nuevo estilo. Un estilo, que comenzó a introducirse en la España cristiana a través de esa fantástica vía de comunicación, desarrollada a raíz del descubrimiento de los supuestos restos del Apóstol Santiago en el bosque de Llibredón, en una Compostela sobre cuya etimología, aun hoy día los historiadores no terminan de ponerse de acuerdo: ¿campo de estrellas o campo de estelas?.

Metafóricamente hablando, algo hay, no obstante, de estelar en un templo cuyos enigmas no son pocos -incluidas las interesantes marcas de cantería-, hasta el punto de que existen incluso divergencias referidas a su galería porticada, que algunos estiman de las primeras de Castilla y comparan con las de los arcanos templos de San Esteban de Gormaz, y otros, piensan que fueron bastante posteriores. Sea como sea, en realidad, lo que sí parece más que probable, es que, por ciertas semejanzas asociativas, el taller o los talleres que levantaron San Salvador, intervinieron, así mismo, en otros templos relevantes de la comunidad sepulvedana, siendo uno de los más atractivos y relevantes, el de Nª Sª de la Asunción, situado en la vecina población de Duratón, que hoy día apenas ofrece una idea, siquiera aproximada, de la enorme importancia que el lugar tuvo en el pasado.

De su contenido plástico y simbólico, dan fe y testimonio las inconmensurables series de magníficos canecillos, además de la gráfica, aunque en algunos casos deteriorada imaginería desplegada en sus capiteles, tema que, no obstante, veremos en una próxima entrada.


(1) David de la Garma Ramírez: 'Rutas del románico en la provincia de Segovia', Ediciones Castilla, Valladolid, 1998.

2 comentarios:

SYR Malvís dijo...

No se si recuerdas, Caminante, que en algún capitel de la torre, aparece una decoración de arco de herradura muy similar a los que aparecen en la Cueva de los Siete Altares. Puede ser que fuera algún grupo de esta comunidad mozárabe, trabajara como mano de obra en su edificación, lo que, unido al tipo de recia y depurada construcción típica del Camino de Santiago, en contraposición con la rusticidad escultórica y la aparición, por vez primera en el románico español, del lazo irlandés, nos llevaría a poder mantener no sólo su temprana cronología como primer románico de la cuenca sur del Duero, sino la intervención y coexistencia de maestros constructores procedentes del Camino de Santiago, y escultores astur-leoneses y mozárabes, fruto de su repoblación.

Un abrazo, querido amigo

juancar347 dijo...

Completamente de acuerdo contigo, Syr, aunque habría que hacer algunas pequeñas puntualizaciones con respecto a la aparición por vez primera del lazo irlandés, si tenemos en cuenta que dicho lazo, como bien sabes, tuvo muchos antecedentes en la cornisa norte y no necesariamente influenciados por el Camino de Santiago, como pudiera parecer a priori y aunque pocas, huellas originales de un monacato irlandés que pudo penetrar en la Península a edades tempranas -hay quien opina lo contrario, que de la Península partió, precisamente, parte de la maestría desarrollada en la Verde Erín- e ir introduciéndose progresivamente hacia el interior. De lo que no parece caber duda, es que la repoblación trajo consigo numerosas influencias, parte de las cuales, por poca atención que pongamos, podemos encontrarlas en este templo. Y ojo a los canecillos, que como bien pudiste ver, también guardan sus sorpresillas y gazapos de cantero. Un abrazo