Situada,
también, en los aledaños de la Sierra de Guadarrama y circundada por los
pinares de Valsaín y la proximidad de los artísticos palacios de La Granja y
Riofrío, la iglesia parroquial de Nava de Riofrío, dedicada a la figura de
Santa María, si bien reformada prácticamente en su totalidad, oculta, no
obstante referido a uno de los escasos restos primigenios sobrevivientes de su
original fábrica bizantina, un elemento de excepcional singularidad, que bien merece
una visita: su portada principal, orientada al sur. Se trata de una portada
curiosa en extremo, cuyas características, parecen diferir, cuando menos, de
las propias del románico de la zona, indicando la posibilidad de un taller o de
un cantero itinerante que, quizás, comparativamente hablando, se muestre menos
hábil en el arte de la escultura, pero que destaca, sin embargo, por el sutil
simbolismo que despliega, referido sobre todo al ámbito de los bajorrelieves de
la arquivolta superior. Unos bajorrelieves, por otra parte, que parecen sugerir
-dada la singular mezcolanza de referencias lunares y solares, situadas a uno y
otro lado de lo que parecen ser ciertas alusiones neotestamentarias, como por
ejemplo la referencia central a una Natividad,
en la que se aprecian detalles de cierta heterodoxia-, la idea no sólo
redentora sino también unificadora contenida en la figura de Cristo, cuyo
sacrificio habría de aportar, metafóricamente hablando, una especie de tregua a las inmemoriales diferencias
concepcionistas entre pueblos de origen ganadero, y por lo tanto patriarcales, y pueblos agricultores y sedentarios,
partidarios del matriarcado y la figura inmemorial de la Diosa, atrayendo, desde una perspectiva misionera a unas comunidades
muy apegadas a sus raíces y reacias a abandonar sus antiguas costumbres.
Ésta
reflexión, se basa, en primer lugar, en la posición central que ocupa la
supuesta Natividad; una posición de
privilegio, en la que parecen converger el resto de elementos. Y en segundo
lugar, como se ha mencionado, por la presencia de unos detalles que, si bien
poco corrientes, contienen aspectos poco o nada ortodoxos en cuanto a la
historia que se ha querido transmitir. Según se observa la escena, situados
frente a la portada, a la derecha se aprecia a dos parteras asistiendo a una
parturienta; una parturienta que, por los gestos de dolor de su rostro –el efecto
logrado aquí, tiene una fuerza expresiva notable, no obstante la aparente
tosquedad de la talla- y la fuerza con la que se aferra a la mano que una de
las parteras –probablemente Santa Ana- mantiene sobre su vientre, indica las
contracciones y la inminencia del alumbramiento. A la izquierda, y junto a un
árbol, un personaje de cierta edad dormita. La referencia a San José, parece
clara. No obstante, y he aquí lo curioso, hay un detalle que llama
poderosamente la atención. Según el Nueva Testamento –por ejemplo, Mateo-, en
sueños, a un intranquilo San José, que tiene poco o nada claro un hecho tan
inusual como un embarazo en el que él no ha participado y sobre el que
humanamente se reconcome en relación a cómo actuar, un ángel se le aparece para
decirle que no tema nada, que tome a María como esposa porque lo que ésta lleva
en su vientre ha sido engendrado por el Espíritu
Santo. Lo espeluznante de la escena, es que en lo más alto del árbol, en
lugar del ángel, el cantero talló la figura de un perro o de un lobo, símbolo
no sólo representativo de algunas hermandades compañeriles asociadas, entre
otros, al Camino de Santiago, sino también, animales asociados con la luna,
símbolo que, ¿casualmente?, se localiza en la dirección de su mirada y
representativo, además, de la Diosa.
Pero aunque fascinante –se comparta o no ésta apreciación-, no son sólo éstos
los detalles, digamos poco corrientes o inusuales, que el anónimo cantero dejó
de manifiesto –me pregunto, cuántos más no se habrán perdido con el resto de la
iglesia original-, sino que, por el contrario, abundan, y aunque no es mi
intención señalarlos uno a uno en la presente entrada –animo a que cada uno
trate de descubrirlos por sí mismo, sin temor a compartir lo que puedan
sugerirle, por muy heterodoxo que pueda parecerle-, sí señalaré al menos
alguno: el toque exótico proporcionado por las aves –quizás papagayos-, del
capitel de la derecha; el símbolo representativo de un triple recinto celta con
un compás; el ouroboros o ese
corazón, atravesado por dos flechas con un símbolo perfecto, el triángulo en la
parte superior.
En definitiva: la iglesia de Santa María de Navas de Riofrío,
no sólo se sitúa en un paraje espectacular en el que merece la pena dejarse
evadir por el hechizo de la naturaleza, sino que, además, proporciona todo un
misterio asociado con el fascinante mundo del arte, los canteros medievales y
los enigmas del Cristianismo.
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