martes, 31 de mayo de 2016

Nava de Riofrío: iglesia de Santa María


Situada, también, en los aledaños de la Sierra de Guadarrama y circundada por los pinares de Valsaín y la proximidad de los artísticos palacios de La Granja y Riofrío, la iglesia parroquial de Nava de Riofrío, dedicada a la figura de Santa María, si bien reformada prácticamente en su totalidad, oculta, no obstante referido a uno de los escasos restos primigenios sobrevivientes de su original fábrica bizantina, un elemento de excepcional singularidad, que bien merece una visita: su portada principal, orientada al sur. Se trata de una portada curiosa en extremo, cuyas características, parecen diferir, cuando menos, de las propias del románico de la zona, indicando la posibilidad de un taller o de un cantero itinerante que, quizás, comparativamente hablando, se muestre menos hábil en el arte de la escultura, pero que destaca, sin embargo, por el sutil simbolismo que despliega, referido sobre todo al ámbito de los bajorrelieves de la arquivolta superior. Unos bajorrelieves, por otra parte, que parecen sugerir -dada la singular mezcolanza de referencias lunares y solares, situadas a uno y otro lado de lo que parecen ser ciertas alusiones neotestamentarias, como por ejemplo la referencia central a una Natividad, en la que se aprecian detalles de cierta heterodoxia-, la idea no sólo redentora sino también unificadora contenida en la figura de Cristo, cuyo sacrificio habría de aportar, metafóricamente hablando, una especie de tregua a las inmemoriales diferencias concepcionistas entre pueblos de origen ganadero, y por lo tanto patriarcales,  y pueblos agricultores y sedentarios, partidarios del matriarcado y la figura inmemorial de la Diosa, atrayendo, desde una perspectiva misionera a unas comunidades muy apegadas a sus raíces y reacias a abandonar sus antiguas costumbres.

Ésta reflexión, se basa, en primer lugar, en la posición central que ocupa la supuesta Natividad; una posición de privilegio, en la que parecen converger el resto de elementos. Y en segundo lugar, como se ha mencionado, por la presencia de unos detalles que, si bien poco corrientes, contienen aspectos poco o nada ortodoxos en cuanto a la historia que se ha querido transmitir. Según se observa la escena, situados frente a la portada, a la derecha se aprecia a dos parteras asistiendo a una parturienta; una parturienta que, por los gestos de dolor de su rostro –el efecto logrado aquí, tiene una fuerza expresiva notable, no obstante la aparente tosquedad de la talla- y la fuerza con la que se aferra a la mano que una de las parteras –probablemente Santa Ana- mantiene sobre su vientre, indica las contracciones y la inminencia del alumbramiento. A la izquierda, y junto a un árbol, un personaje de cierta edad dormita. La referencia a San José, parece clara. No obstante, y he aquí lo curioso, hay un detalle que llama poderosamente la atención. Según el Nueva Testamento –por ejemplo, Mateo-, en sueños, a un intranquilo San José, que tiene poco o nada claro un hecho tan inusual como un embarazo en el que él no ha participado y sobre el que humanamente se reconcome en relación a cómo actuar, un ángel se le aparece para decirle que no tema nada, que tome a María como esposa porque lo que ésta lleva en su vientre ha sido engendrado por el Espíritu Santo. Lo espeluznante de la escena, es que en lo más alto del árbol, en lugar del ángel, el cantero talló la figura de un perro o de un lobo, símbolo no sólo representativo de algunas hermandades compañeriles asociadas, entre otros, al Camino de Santiago, sino también, animales asociados con la luna, símbolo que, ¿casualmente?, se localiza en la dirección de su mirada y representativo, además, de la Diosa

Pero aunque fascinante –se comparta o no ésta apreciación-, no son sólo éstos los detalles, digamos poco corrientes o inusuales, que el anónimo cantero dejó de manifiesto –me pregunto, cuántos más no se habrán perdido con el resto de la iglesia original-, sino que, por el contrario, abundan, y aunque no es mi intención señalarlos uno a uno en la presente entrada –animo a que cada uno trate de descubrirlos por sí mismo, sin temor a compartir lo que puedan sugerirle, por muy heterodoxo que pueda parecerle-, sí señalaré al menos alguno: el toque exótico proporcionado por las aves –quizás papagayos-, del capitel de la derecha; el símbolo representativo de un triple recinto celta con un compás; el ouroboros o ese corazón, atravesado por dos flechas con un símbolo perfecto, el triángulo en la parte superior.

En definitiva: la iglesia de Santa María de Navas de Riofrío, no sólo se sitúa en un paraje espectacular en el que merece la pena dejarse evadir por el hechizo de la naturaleza, sino que, además, proporciona todo un misterio asociado con el fascinante mundo del arte, los canteros medievales y los enigmas del Cristianismo.


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