Colgada sobre un cerro a las afueras de esta importante población segoviana, al pie mismo de esa carretera general que conduce al viajero hacia la frontera de una afamada Extremadura castellana como es Soria y su provincia y a no mucha distancia de lugares de impresionante historia, donde la piedra gime con melancólicos recuerdos -imagínense que nos referimos, por ejemplo, a la antigua Tiermes o Termancia-, la vieja iglesia de Santa María muestra con orgullo su milenaria estampa románica, hasta el punto de constituir -añadidos y estorbos posteriores aparte- uno de los templos en su género más singulares y atractivos de la mancomunidad y tierra de Sepúlveda. De un románico tardío, que bien podríamos situar, siquiera sea a ojo de buen cubero, a finales del siglo XII o comienzos del siglo XIII, su planta conserva el homogéneo equilibrio original, manteniendo una venerable galería porticada -posiblemente, remodelada en épocas posteriores- cuyos arcos están protegidos por un marco de hileras metálicas que impiden el paso a la sorprendente variedad de aves que abundan por la zona -viene a ser un detalle que se está implantando en numerosos templos- con las que, simbólicamente hablando, casi todas las culturas han tendido siempre a asociar con el alma humana. Añadida, como una prolongación de su cabecera original, una sobria construcción de austero aspecto, hace las funciones de sacristía. No obstante, la parte superior absidial, todavía conserva la serie de canecillos, completamente lisos, que contrastan por su austeridad con los elaborados motivos vegetales, por ejemplo, del ventanal que, milagrosamente, todavía se puede vislumbrar. Más elaborados, aunque de carácter rústico pero característicos de este tipo de edificaciones, son aquellos otros que, sin embargo, todavía se conservan en la parte superior, también coincidiendo con las series de canecillos del ábside, y que hemos de situar en la parte lateral sur del templo, los cuales muestran, a grosso modo, rostros y figuras humanas, así como una hermosa ave, quizás una paloma, en cuya cola se aprecia otra ave más pequeña, quizá su cría. Pieza destacable, por otra parte, es su magnífica portada, que posiblemente tenga algún tipo de influencia burgalesa -como ocurre con algunos otros templos de la vecina provincia soriana, con o sin la advocación particular de Santo Domingo de Silos-, en cuyos capiteles la imaginería del cantero nos ofrece las típicas arpías, alguna figura humana, leones e incluso, entre los motivos vegetales, la presencia de un símbolo de unión e inmortalidad, como es la piña. Destaca, así mismo, la decoración de la primera arquivolta, cuyos motivos muestran cruces de tipo patado inmersas en círculos. Tal vez sea este uno de los detalles que indujo al escritor y teósofo, Mario Roso de Luna, a especular con la presencia de templarios en tierras sepulvedanas, opinión que constató en uno de sus magníficos cuentos ocultistas -La Demanda del Santo Grial-, que forma parte de la recopilación publicada bajo el título de El Árbol de las Hespérides.
Para finalizar, apuntar el detalle de que durante una de las restauraciones, se descubrieron unas magníficas tablas del siglo XIV, que representaban un Pantocrátor, la degollación de los inocentes y la Adoración de los Magos. Además, en casas cercanas, aún se vislumbran posibles restos originales de la iglesia y en el cercano y pequeño cementerio, alguna curiosa estela funeraria.
2 comentarios:
Hola! Qué maravilla, me gusta como la describes y como la muestras, está sí la conozco. Sabes, me encantan el románico rural de esa zona, la linde entre Segovia, Soria y Guadalajara tiene algo especial, serán los atrios llenos de simbología. Un besote.
Hola, bruja. Me alegra que te guste, sobre todo porque sé, con la magnífica viajera que eres, que conoces muy bien todos estos lugares. No te falta razón: esta zona fronteriza con Soria y Guadalajara esconde muchas maravillas y secretos y su románico, aunque no siempre en excelentes condiciones, por desgracia, ofrece detalles de mucho interés. Cuando se llega a ellos, lo mejor es guardar silencio y respeto y dejar que las piedras hablen. Un beso
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