Durante años, Pedraza fue ese pueblo entrañable, tradicional y agraciado que se colaba de rondón en todos los hogares españoles durante los días de Navidad. La Plaza -monumental como pocas-, la iglesia -cuyo románico se fue devaluando paulatinamente, vencido, cuando no humillado por unas nuevas tendencias menos vistosas, pero posiblemente más sólidas y voluntariosas-, su castillo, humillado también por los humores variopintos del tiempo y sus habitantes, curtidos por los gélidos vientos de la antigua Sierra del Dragón -Guadarrama-, pero acogedores, como antiguos y buenos castellanos, invitaban, con su humilde condición de rurales de santo y seña, a participar en ese decepcionante Eldorado que los guionistas, certeros siempre a la hora de señalar el blanco, denominaban como la ilusión de todos los años. Pasada la Epifanía, con la estrella guiando otra vez a los honestos magos a su misterioso lugar de procedencia en alguna ínsula todavía desconocida de Oriente, Pedraza recogía con nostalgia sus guirnaldas, sus habitantes se descolgaban del papel de extras televisivos hasta el próximo solsticio de invierno y las tierras volvían a acoger con agrado a la hermandad del laboreo. El Maese Invierno mantenía alejadas a las hordas de Don Turismo y en las tabernas las partidas de mus y tute volvían a reunir a la familia de principales prohombres del lugar; el futbolín volvía a convertirse en ese imaginario Santiago Bernabéu o Vicente Calderón y los eternos rivales madrileños volvían a enfrentarse, dirigidos a discreción por unos infanzones que soñaban con ser ases del balompié. La hermosa puerta medieval, con inequívoco pedigrí mudéjar -que la conquista de Sepúlveda, buena sangre cristiana costó, y ahí estaba la mano de obra mora para compensar-, continuaba su lánguida vigilia mirando las córcovas y quebradas hasta el infinito, rota su soledad por la llegada intempestiva de la furgoneta del carnicero o del pescadero o del land rover de la Guardia Civil, que venían a verificar que la ley y el orden seguían sin novedad, una vez convertida en reliquia turística, la vieja cárcel medieval. Hasta primavera, Pedraza Castilla y paz.
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