Otra de las reliquias de esta singular villa de Sepúlveda, es la arcana iglesia dedicada a la figura de ese apóstol aventurero, que aparentemente evangelizó la India, Mesopotamia y Armenia y al igual que la versión cristiana del Apolo romano o el Hermes griego, nuestro arcángel San Miguel, mantiene también a raya a un impotente diablo a sus pies: San Bartolomé. Como vimos en la entrada anterior, varias de las imágenes titulares que un día le pertenecieron -recordemos a la Virgen de San Frutos, así como las dos magníficas tallas representativas de las mistéricas figuras de San Roque y de San Antón-, actualmente forman parte de la interesante colección de objetos sacros que se custodian en la vecina iglesia de los Santos Justo y Pastor, recientemente convertida en Oficina de Turismo y Museo de Arte Sacro.
Si de vecindad hablamos, diremos que la iglesia de San Bartolomé -bien señalizada por un interesante crucero de piedra del siglo XVII, que se alza a la mitad de los antiguos escalones de piedra que conducen a su pórtico-, se localiza en las inmediaciones de la Plaza Mayor, el Ayuntamiento y los restos del castillo, que aún conserva parte de la iglesia que, supuestamente, fue de los caballeros templarios. Si bien, en tiempos medievales se supone que fue una iglesia de las de arrabal, situada extramuros de la ciudad, hoy en día, podría considerarse perfectamente integrada en el centro de su casco urbano. Datada por el Marqués de Lozoya a finales del siglo XI o comienzos del siglo XII, esta integración urbanita quizás haya podido influir, también, en que apenas se conserven piezas de su fábrica original, a excepción de su ábside y una cripta, situada precisamente a los pies de la esta cabecera y oculta por el alfombrado, que está cerrada a cal y canto al público. Incluso la portada, formada por sencillos motivos cuadripétalos, es posterior. Fiel al universo conceptual del románico, los motivos que componen la ornamentación de los canecillos absidiales, varían desde lo foliáceo o vegetal, a los rostros humanos, los rollos de pergamino y algún motivo geométrico, sin olvidar los nudos y entrelazados, así como los ajedrezados de los denominados del tipo jaqués o jacetano. Similar en la factura a los motivos decorativos del pórtico, se observan algunos restos utilizados como relleno en la torre, a media altura.
Ya en su interior, y en una cabecera de tres ventanales -uno de ellos, prácticamente cegado por las obras posteriores-, todavía se aprecian algunos capiteles originales, cuyos motivos, están compuestos de arpías y vegetales. Barroco, y posiblemente ocultando algún resto pictórico anterior, el Retablo Mayor ofrece la visión de una magnífica imagen del santo titular, que mantiene todos y cada uno de sus atributos: el cuchillo, firmemente apretado en su mano derecha, mientras que en la izquierda, sujeta un libro cerrado, así como la cadena que mantiene a sus pies amarrado y prisionero, al supuesto diablo. Símbolos éstos que, si tenemos en cuenta los lugares donde teóricamente ejerció su magisterio, pueden dar lugar a interesantes especulaciones: el Libro, ¿hemos de considerarlo como una ortodoxa y simple referencia a las Sagradas Escrituras o, por el contrario, como una alusión a esa teórica Geometría Sagrada, teniendo en cuenta que hay quien supone unos orígenes netamente armenios, los del románico, y además San Bartolomé, como otros apóstoles, forma parte de un santoral magistral, adoptado por las hermandades de canteros medievales, estando como tales representados en lugares como, por ejemplo, el monasterio de Santa Cristina de Ribas de Sil, en la provincia de Orense?. Más puntual aún que el Libro, bueno sería fijarse, también, en las características del diablo que éste mantiene sujeto a sus pies, la parte inferior de cuyo cuerpo es la de una serpiente; y no olvidemos, que precisamente por esa zona, e incluso más allá, en las remotas tradiciones hindo-tibetanas, se habla de los djinns y jinas -bueno, cuando no oportuno, sería recordar a otro popular santo cristianizado que lleva precisamente su nombre, San Ginés-, seres exactamente iguales, uno de los cuales fue, precisamente, la madre del personaje épico más importante de la epopeya nacional tibetana -el conquistador Gesar de Ling- a quien se compara como una especie de Preste Juan o Rey del Mundo -recordemos, a tal respecto, las tradiciones referentes al Agartha y Shamballah-, que, según las profecías -curiosamente, en la misma tradición que el rey Arturo o el emperador Federico Barbarroja-, algún día volvería para ponerse otra vez al frente de sus ejércitos y derrotar a los enemigos de la Religión; en este caso, Occidente.
Especulaciones aparte, merece la pena fijarse también en los hermosos motivos solares y polisquélicos que decoran el interior de la cupulilla, así como en la presencia de la imagen de otro santo heterodoxo -San Cristóbal/Hércules-, y las sepulturas de miembros de antiguas y relevantes familias de guerreros, como los Calderones.
Como dato anecdótico, terminar comentando, que detrás de la iglesia se localiza una de las calles que todavía mantiene vigente una fiesta -que se celebra la noche de la víspera de la festividad de San Bartolomé-, de marcado origen heterodoxo y popular: la del Diablillo.
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